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lunes, 24 de octubre de 2011

El país más vulnerable

Dagoberto Gutiérrez. El riesgo es la relación de la amenaza y la vulnerabilidad. La primera es el factor externo e independiente de la voluntad de las personas, como decir: un volcán, una depresión tropical o un huracán. Y la vulnerabilidad es el factor interno que se refiere a la mayor o menor capacidad de reacción ante un evento físico de la naturaleza.
Resulta que vulnerable es siempre el ser humano, y nunca será vulnerable un cerro o una barranca, sino aquel ser humano que viva sin condiciones adecuadas en esos lugares.
Así las cosas, cuando un país o una región, como es el caso de El Salvador y Centroamérica, son considerados los más vulnerables del mundo, se está diciendo que los seres humanos que habitan estos territorios, carecen de capacidad de defensa y de reacción ante las amenazas ambientales.
Por supuesto que esta vulnerabilidad, siendo social, desvirtúa toda referencia a la figura del desastre natural. En realidad, resulta que la naturaleza (todo aquello que no es producido por el ser humano) no produce desastres; simplemente funciona a través de eventos físicos, y como siempre está funcionando en diferentes formas, asegura, de esa manera, la vida en el planeta.
El desastre resulta ser siempre un hecho social y no natural porque está determinado por la forma en que los seres humanos están organizados en sociedad, por la clase de sociedad en que se vive, por la forma en que la política y la economía se relacionan con la naturaleza, por la armonía o conflicto entre los recursos naturales y las ganancias de las empresas capitalistas.
Cuando todos estos factores atacan y agreden a la naturaleza, como ocurre en nuestro país, el desastre social resulta inevitable.
La naturaleza no nos ama, tampoco nos odia, mucho menos nos estima, y además, tampoco tiene compromiso con la vida. Todas estas consideraciones éticas solamente funcionan, en una primera mirada, entre los seres humanos. Pero, bien vistas las cosas del mundo actual, en la relación ser humano – naturaleza, parece actuar una línea moral, en donde el ser humano es agente moral, es decir, responsable de su vida y de la vida de los otros seres o cosas que tienen vida. Aquí estamos en una relación entre un sujeto moral que sería el ser humano y un paciente moral, que serian las otras formas vivas que actúan, nos influyen y hasta nos determinan.
Nada de esto funciona en El Salvador. Nada de esto se piensa ni se considera. Y  tratándose de un país, que es un pedazo de costa, de apenas 20 mil kilómetros, con 7 millones de habitantes, el peso geopolítico de tamaña situación, hace que los seres humanos que habitamos este suelo, merezcamos ser considerados los más vulnerables del mundo.
En esta situación, hay una inmensa miopía e ignorancia de las clases dominantes y los sectores gobernantes, porque las cúpulas empresariales parecen ignorar que ningún inversionista llega a un país que carece de agua, o cuyo único río se muere lenta pero inexorablemente. Y los sectores gobernantes ignoran el carácter trans-sectorial que el tema ambiental tiene sobre todas las áreas de la gestión de gobierno.
El hecho de que cada invierno y cada verano juegue como amenaza, cada vez más letal, sobre la vida de los más débiles de la sociedad: los que viven en los barrancos y en las costas, abandonados y excluidos de la economía, la educación y la salud, expresa en realidad el quiebre de la factibilidad del país como sociedad y, desde luego, expresa también la crisis del Estado salvadoreño como garante de un interés general y de un bienestar público.
En estos momentos, una depresión tropical, mordiente y tenaz, ha anegado al país: sus calles, poblaciones, cultivos, ríos y lagos, costas y barrancas, destruyendo bienes materiales, vidas y esperanzas. Después de una semana, el pueblo salvadoreño es más pobre que antes del diluvio, tiene menos comida que antes, menos ropa, menos abrigo, y crece abismalmente la distancia entre los ricos  y los pobres, en la misma medida en que crece la distancia entre la economía y la naturaleza, o lo que es lo mismo, la distancia entre el mercado y los seres humanos.
Todo el dolor y el llanto, la angustia y la desesperación, vienen de abajo, del mismo lugar, de las mismas manos, del mismo cerebro y del mismo ánimo de donde vendrán las decisiones y acciones políticas necesarias para revertir esta situación. Y se trata, por eso, de que la esperanza florezca como rosa fragante en medio de la desolación, y que las acciones necesarias para salvar la vida sean parte de las acciones necesarias para salvar al país de las garras de los mercaderes que han llevado a la sociedad a esta situación de vulnerabilidad.
Del dolor debe surgir la justa reivindicación. De la desesperanza debe florecer la luz radiante de la esperanza. De la debilidad debe surgir la fuerza política organizada, y del desastre social ha de surgir un pueblo en armonía con su naturaleza, sin conflictos con los recursos naturales, sabio para aprovechar su medio ambiente, para conservarlo, defenderlo, restaurarlo y repararlo.
Así será.

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