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lunes, 26 de abril de 2010

Carta a don Roberto Dutriz






Dagoberto Gutiérrez

Estimado Don Roberto:

Espero que me disculpe por el atrevimiento de escribirle esta carta y, quizás, quitarle parte de su tiempo para dedicarse a mirarla; lo hago movido por el crispante espacio periodístico que su empresa le ha otorgado al episodio de un ilícito cometido por un menor, de un fotógrafo de su empresa que toma fotos oportunas, de una jueza de menores que aplica la ley, y de la reacción de la empresa suya ante las decisiones tomadas.

No tengo ninguna duda que de su parte hay pleno convencimiento sobre lo correcto y justo de su postura y también sobre su opinión de que este episodio contiene, como un alacrán de aguijón grande, una amenaza para la libertad de prensa y hasta para el derecho de información de la gente.

Todo esto, Don Roberto, forma parte de un imaginario que funciona en la cabeza y en la realidad de los dueños de los aparatos ideológicos, como los diarios, las radios, las televisoras o revistas. Usted podrá suponer que la sociedad salvadoreña también ha sido conmovida y movida por esta especie de escándalo producido por la reacción de ustedes, en nombre del derecho a la información, ante la acción del aparato judicial estatal.

Desde la parte de la sociedad que no tiene propiedad de aparatos ideológicos, el derecho a la información resulta negado en la colisión con el derecho a la propiedad de estos aparatos. El predominio jerárquico de la propiedad privada por encima del derecho a la información determina la supremacía de un derecho humano sobre otro derecho humano y, al mismo tiempo, la inversión de estos aparatos que, ante la crisis de los partidos políticos, como parte de la crisis del Estado, asumen el papel de fuerzas políticas. Esto quiere decir que la información sede su espacio a la propaganda; es decir, al juego de los intereses políticos, económicos, ideológicos y mercantiles representados y defendidos por cada empresa. Esta realidad se agrava ante el hecho constatado de la concentración de la propiedad de estos aparatos en muy pocas manos que pasan, así, a monopolizar el control del juego ideológico.

Usted sabe que la actividad principal de un diario es la publicidad pero usted y yo sabemos, además, que ante el deterioro irrefrenable de los aparatos partidarios, los aparatos ideológicos de Estado funcionan como fuerzas políticas que, al hacer lucha política, comprensible, inevitable e irresistible, les resulta conveniente el papel de agentes de información social.

Así las cosas, cuando su fotógrafo capta hábil y diestramente la escena de un ilícito en el que participan menores, su empresa la publica, la jueza que conoce el caso y, de acuerdo a la ley, impone una sanción, podría pensarse que estamos frente a una circunstancia simple y cotidiana, tanto del ejercicio de la prensa como de la función judicial; sin embargo, el episodio que comentamos está siendo presentado como una confrontación entre jueces y juezas y los aparatos ideológicos privados.

Me parece, señor Dutriz, que en esta escena hay fuegos fatuos porque ni los jueces y juezas necesitan ser amigos suyos para hacer bien su trabajo, ni usted necesita la benevolencia judicial para desempeñarse. Se trata de un universo estatal y de uno mercantil, relacionados y confrontados. En circunstancias normales, el Estado fija las reglas del juego, y el mercado, siendo instrumento del Estado, juega el juego y observa las reglas. En el presente caso, el mercado pretende fijar las reglas y definir el juego, buscando que el Estado funcione como su instrumento, siendo esta la esencia real de la confrontación realmente existente. Esto va más allá de cualquier incidente procesal y de cualquier decisión judicial.

La posición de su empresa y las otras afines resulta ser esclarecedora porque están aportando claridad sobre el verdadero problema que está en debate y muestra la crisis de un postulado crucial del pensamiento filosófico neoliberal. Muy proba-blemente, esto tiene que ver con la crisis planetaria de estos principios y con la ola política que reclama el retorno del Estado como fuerza reguladora del mercado y de la economía. Su empresa ha puesto este tema a la orden del día y esta es una labor muy importante que merece reconocimiento.

Resulta deseable, Don Roberto, y usted lo decidirá, que su empresa promueva la discusión franca y abierta sobre estos temas. Se lo dejo a su consideración.

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