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lunes, 19 de julio de 2010
El Salvador, el país más vulnerable
DAGOBERTO GUTIERREZ
La noticia ha retumbado internacionalmente aunque en El Salvador sea poco conocida. El hecho real es que como país, es decir, como realidad física y geográfica, donde se asienta la sociedad humana salvadoreña, somos los más vulnerables de todos los países conocidos, más que Haití y Bangladesh, y esto ya es bastante decir sobre nuestra situación real.
La vulnerabilidad es, junto con la amenaza, los dos componentes de la figura llamada riesgo ambiental. La amenaza es el factor externo, el físico, proveniente, por ejemplo, del volcán de San Salvador, o de las cárcavas. La vulnerabilidad es el factor interno, humano y social, que se expresa en la mayor o menor capacidad de reacción que la sociedad tiene frente a una amenaza, y así, cuando una comunidad está organizada previamente en un comité de prevención civil, resulta menos vulnerable que otra comunidad que no le esté. Cuando una comunidad ha hecho su mapa de riesgos y ha ubicado las amenazas a enfrentar y ha alineado sus vulnerabilidades a resolver, es menos vulnerable que otra que no ha hecho ese mapa.
Ocurre que el capitalismo, en su brutal carrera en busca de la ganancia, amenaza al planeta tierra y a los seres humanos hasta la línea de la extinción. Esto es lo que se expresa en el desastre ambiental del derrame petrolero del Golfo de México. Según informaciones, los científicos rusos que han investigado el fondo oceánico en el punto del derrame petrolero, se trata de un rompimiento del lecho marino del Golfo de México y no de un punto, sino de mas de 18 puntos de daño irreparable a la plataforma, algunas de estas grietas tienen una extensión de más de 10 kilómetros y por todas ellas se está fugando petróleo. Se necesitarán más de 30 años para que el hidrocarburo deje de fluir y eso significará la muerte de todos los planetas y el fin de la vida toda. Se está manejando la necesidad del uso de la energía atómica para sepultar de nuevo al hidrocarburo; pero esta decisión, en manos de Obama, complica mucho más la situación del imperio estadounidense y acelera su pérdida de hegemonía.
En todo el planeta es evidente que hemos entrado al calentamiento global, ante la indiferencia de las mayores empresas que continúan destruyendo la atmósfera y lanzando hacia ahí los gases que calientan el planeta. Los huracanes son más y más fuertes, las tormentas son cada vez mayores y la tierra pierde su capacidad de resistencia, mientras que el ser humano también pierde sus cosechas, sus caminos, sus hogares, sus vidas, su presente y su futuro.
Sabido es que los eternos hielos polares se están deshaciendo y que el impacto sobre la vida será desastroso. El río Ganges, por ejemplo, del que dependen más de 300 millones de personas en la India, pierde su caudal, debido a la reducción de los glaciares en los Himalayas, y el mismo río Amazonas en Brasil, que sustenta a la Amazonía que oxigena al planeta, también será afectado por la reducción de los glaciares en Los Andes.
El Salvador, el más pequeño de los países del continente, el más poblado de todos y el más pobre, sin ciencia, sin tecnología, sin sueño propio, y con una oligarquía feroz y voraz, es la víctima propicia para un universo de desastre.
Después de 20 años neoliberales, que ha sembrado de desigualdad a la sociedad, que ha aniquilado al Estado con sentido público y ha construido el reino del mercado total con una mercancía total, es el ejemplo más fiel de cómo los desastres nunca son naturales y siempre son sociales. Esto es así porque lo que llamamos la naturaleza, aquello que no es producido por el ser humano, ni odia ni quiere a este ser humano porque no sabe que existe y simplemente funciona a través de los eventos físicos que expresan su existencia, y es la sociedad la que al estar preparada, justa y eficientemente ante estos eventos, permite o dificulta que estos se conviertan en desastres. Una tormenta, por ejemplo, que es un evento físico natural es absorbida por el suelo y alimenta el acuífero, siempre y cuando existan bosques que faciliten la absorción. Pero, cuando el mercado ha destruido la vida para construir sus carreteras, sus centros comerciales, sus zonas residenciales, la tormenta produce correntadas que destruyen la vida de los más débiles.
La vulnerabilidad puede ser política como cuando no se participa en el proceso de toma de decisiones, como ocurre en el país. Puede ser económica como cuando las personas carecen de empleo, como ocurre en el país, puede ser ambiental como cuando se destruyen los bosques, como ocurre en el país, puede ser social como cuando se vive adentro de una guerra social, como ocurre en el país, puede ser subjetiva, como cuando desaparece la noción de seguridad, como ocurre en el país, y así tenemos, en definitiva, un cuadro completo de una sociedad totalmente vulnerable como la salvadoreña.
Por supuesto, que esta vulnerabilidad no es total porque en medio de este desastre general hay una minoría que hace los mayores y mejores negocios, que inauguran edificios y centros comerciales y que obtienen enormes ganancias de la importación de alimentos, son las minorías que controlan la economía, el poder político y parte de la subjetividad social.
El invierno recién empieza pero la amenaza está ya mordiente y constituye para un gobierno débil como el actual, un problema político incuestionable frente al cual no sirve de nada su filosofía de unidad nacional. Pero además, al pueblo tampoco le sirve esperar solución del gobierno y, por esto mismo, pueblo y gobierno aparecen distanciados como en ningún momento de este periodo. La crisis de la vulnerabilidad, extrema como es, pone en claro y saca a la luz, la realidad tal como es, inobjetable, irrenunciable e indeformable.
Se trata de asumir con todos sus detalles la realidad de la vulnerabilidad y esto no puede hacerse dentro de los marcos neoliberales, incluso no puede hacerse dentro de los marcos capitalistas. Se trata también de apelar a la energía y creatividad del pueblo, de las comunidades de las zonas rurales y urbanas, se trata de abrir las puertas a formas nuevas de democracia participativa, se trata de asegurar la seguridad alimentaria, desarrollando la agricultura y cortando los negocios de los importadores, se trata de propiciar la plena organización de los trabajadores de la ciudad y del campo, y fundamentalmente de revertir en función del Estado y su sentido público, los poderes entregados al mercado.
En la relación entre economía y ecología, nunca ha estado más claro para un país, como lo está ahora para El Salvador, que la naturaleza no puede ni debe ser considerada como la alacena de los mercaderes y la transversalidad del medio ambiente deberá cumplirse de manera rigurosa si es que se aspira a seguir viviendo en esta misma parte del planeta.
Es cierto que hay silencio ante la noticia que comentamos, pero los hechos demuestran tercamente que el golpe de timón es irreversible, lo entiendan o no los de arriba.
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