La flexibilización
laboral ha llegado al sector docente, donde los trabajadores soportan la
reducción de salarios, el aumento de las horas de trabajo, junto con la
imposición del neotaylorismo. La precarización laboral en el mundo
educativo tiene la misma finalidad que la flexibilización en cualquier
sector productivo, esto es, aumentar las ganancias vía el incremento de
la productividad de los trabajadores. Aunque resulta extraño usar la
noción de productividad para referirse a los profesores, no lo es tanto,
porque en la nueva jerga empresarial el Banco Mundial concibe la
educación como un negocio en el que se “fabrica capital humano”.
Paralelamente, se aplican en las instituciones educativas programas de
productividad y calidad de estilo empresarial para determinar los
niveles salariales a partir del rendimiento individual de los
trabajadores, así como rendición de cuentas y estímulos personales. Por
su parte, la imposición del neotaylorismo pretende que los profesores
asuman una demanda creciente de estudiantes, y para hacerlo posible se
fragmenta el acto educativo, que ya no será impartido de manera
prioritaria en las aulas sino a distancia, a través de Internet.
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En
las escuelas públicas han ido penetrando las ideologías instrumentales
de tipo tecnocrático tanto en lo que se refiere a la formación de los
profesores como a la pedagogía en el aula. El énfasis en los factores
instrumentales y pragmáticos de la vida escolar se sustenta en
postulados diversos de clara índole tayloriana: proclamar la separación
entre la concepción y la ejecución; propender por la estandarización del
conocimiento escolar para gestionarlo y controlarlo en concordancia con
los intereses empresariales; devaluar el trabajo crítico y reflexivo de
los profesores y estudiantes, con el imperativo de adecuarse a las
exigencias del mercado. Mirado desde la óptica capitalista, las
innovaciones tecnológicas, y la informática no es la excepción, buscan
parcelar los trabajos para simplificarlos, facilitar su control y poder
prescindir de los trabajadores en cualquier momento.
Dichas innovaciones generan un proceso paralelo y complementario, en el que se combina una
descualificación masiva con la
sobrecualificación de una minoría insignificante,
la cual puede acaparar los saberes que han sido arrancados a la mayoría
de la población. En el caso de la educación que privilegia a las Nuevas
Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC) se aplica
aquella característica del capitalismo que en los procesos productivos
busca, de manera permanente, disociar la concepción de la ejecución.
Unos son los que conciben, planean, proponen y disponen y otros son los
que aplican. Con las NTIC se pretende separar el “contenido” informativo
del “proceso”, de tal forma que unos cuantos expertos se dedicarían al
contenido, recibiendo buenos salarios, mientras que en las labores que
no requieren preparación un ejército de instructores poco cualificados
cumpliría la función de interactuar con los alumnos. En estas
condiciones, se propone terminar con las escuelas y los campus de las
universidades, para que los estudiantes escojan sus cursos virtuales,
desarrollen sus actividades en la casa y nunca se encuentren con un
profesor o un compañero de carne y hueso.
Aquí no hay nada
nuevo, aunque la introducción de la tecnología informática en el aula se
muestre como algo muy sofisticado, si se recuerda que la automatización
en el capitalismo busca prescindir del trabajador cualificado y reducir
costos. Eso se viene haciendo desde finales del siglo XVIII, cuando en
Inglaterra los empresarios del sector textil descubrieron que podían
sustituir a los tejedores cualificados y organizados usando las maquinar
para expropiarlos de sus saberes y sustituirlos por mujeres y niños sin
cualificación y con peores salarios.
A su vez, los trabajadores
han resistido históricamente de múltiples maneras ese proceso de
expropiación, mientras que el capitalismo no puede prescindir por
completo de los trabajadores, como está claramente demostrado en la
actualidad si miramos la situación de los Nuevos Países
Industrializados, encabezados por China, junto con toda la realidad
laboral del capitalismo maquilero. No parece que en el caso del trabajo
docente la situación vaya a ser distinta, en términos de resistencia y
de la imposibilidad práctica de prescindir de los incómodos educadores
de carne y hueso, aunque con la tecnología en el mundo escolar se
generalice la descualificación del profesorado.
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La
actuales reformas educativas impulsadas por el neoliberalismo que han
modificado todo a la vez, la estructura educativa, las formas de
administración, y los contenidos han hecho ver a los profesores como
obsoletos. En el caso de los enseñantes asistimos a una clara
proletarización ideológica, que no es otra cosa que un deterioro en sus
condiciones laborales y de vida, y una descualificación en su trabajo
diaria, que puede denominarse como una “proletarización técnica”.
El
proceso de proletarización del profesorado se expresa en el
desmejoramiento en sus condiciones laborales y vitales, lo cual conspira
contra sus esperanzas de alcanzar un reconocimiento profesional. En
cuanto al trabajo se presenta un fenómeno de racionalización que se
expresa en dos aspectos: la separación entre concepción y ejecución en
el proceso de trabajo, que tiene como consecuencia que el trabajador sea
un ejecutor de tareas sobre las que él no decide sino que otros se las
imponen; la descualificación, entendida como perdida de conocimientos y
perdida del control sobre su propio trabajo, somete a los docentes al
control externo por parte del capital.
Existen algunos puntos de
similitud entre los profesores y los obreros. Los dos son trabajadores
asalariados, tienen vínculos con el Estado o con la empresa privada, y
entre los primeros tienen una gran presencia las mujeres. En el seno del
magisterio también existen, como en el mundo obrero, jerarquías y
divisiones, puesto que se encuentran desde los expertos, especialistas y
tecnócratas hasta los profesores, que han quedado reducidos a ser puros
ejecutores de los lineamientos políticos pensados por otros. En ese
sentido, existe una perdida de cualificación del trabajo educativo, una
clara separación entre concepción y ejecución y una evidente pérdida de
control por parte de los docentes sobre su propia actividad. En
consecuencia, los profesores forman parte de la nueva clase universal de
trabajadores, que podemos denominar como el
pobretariado, esto es, pobres y proletarios.
La
labor docente se define no sólo por la labor práctica y cotidiana de
los profesores, sino también por las aspiraciones inmersas en esa labor,
pero esas aspiraciones se han visto reducidas en la medida en que el
ataque a las escuelas por todos los flancos aproxima más a los
profesores a la clase obrera, más de lo que muchos analistas hubieran
imaginado hace algunas décadas. Lo mismo que soportaron las primeras
generaciones de obreros, la expropiación de sus saberes, es hoy vivido
por los profesores que están soportando una arremetida que ha implicado
la perdida de sus cualidades específicas, lo cual ha generado una
perdida de control y sentido sobre su propio trabajo, lo que no es otra
cosa que la perdida de autonomía, y en ese proceso de expropiación las
NTIC desempeñan un papel de primer orden, de acuerdo a la lógica
capitalista que ha penetrado en los espacios educativos.
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En
estos momentos se renuevan los viejos programas, nunca realizados hasta
ahora, de sustituir a los profesores por máquinas de enseñar,
sosteniendo que esto es posible porque ya se cuenta con la tecnología
que antes no existía, e inmediatamente se menciona el caso de Internet,
si se tiene en cuenta que a través de la red es posible transmitir
materiales llamativos, con gráficos, esquemas, uso de voz, e incluso se
puede efectuar comunicaciones en tiempo real mediante el Chat, o la
videoconferencias. En estos dos últimos casos se subraya la importancia
que en Internet se puedan responder, aunque de manera primitiva,
preguntas determinadas, con lo que se quiere enfatizar la importancia
que tendrían estas formas de comunicación como canales de
interactividad.
Con la introducción de las NTIC, el capitalismo
puede acudir a otro ardid clásico, culpabilizar a las propias victimas.
Si hay desempleo, trabajo precario, bajos salarios, miseria, no se debe
al funcionamiento irracional del propio sistema capitalista, sino a que
la gente es incapaz de cualificar adecuadamente su propio “capital
humano”, para poder ser competitivos y “útiles” al mercado. Por
supuesto, en el caso de la educación esta responsabilidad recae sobre
los hombros de los profesores por no haber sido capaces de preparar
idóneamente a la fuerza de trabajo con el fin de que sea competitiva y
eficiente, en concordancia con las exigencias de la globalización. En
consecuencia, se maldice ese sistema educativo tradicional y se promueve
el nuevo sistema de educación basado en las tecnologías más
sofisticadas.
Los tecnócratas de la educación, portavoces de los
grandes intereses corporativos a nivel transnacional, impulsan el uso de
las NTIC en los procesos educativos con la falacia, de clara estirpe
conductista, de consolidar una enseñanza sin profesor, y de lograr la
plena automatización del proceso de enseñanza-aprendizaje. Detrás se
esconde una razón poco grandiosa, como es la de reducir costos. Por
supuesto que se argumenta que la educación a través de las NTIC está en
sintonía con la pretendida sociedad posindustrial con la flexibilidad,
la producción de mercancías individualizadas y el aprendizaje a lo largo
de toda la vida.
La promoción de las NTIC sirve para
desprestigiar a los profesores, y justificar las contrarreformas
laborales que contra ellos se adelantan, con el estúpido argumento
tecnocrático que los desarrollos tecnológicos de la globalización han
destronado a los profesores como figuras en la transmisión del saber,
porque los aspectos pedagógicos y éticos que comporta todo proceso de
enseñanza-aprendizaje ni siquiera son considerados. Y no puede ser de
otra forma, porque en la lógica del capitalismo actual se confunde
conocimiento con información, en razón de lo cual se exalta la velocidad
y capacidad de almacenamiento y procesamiento de datos. En esta
perspectiva, los profesores son un estorbo porque se encuentran atados a
sus saberes especializados, siguen enseñando “cosas inútiles” e
innecesarias en la lógica pragmática y utilitaria del capitalismo
cognitivo (como ciencias sociales, arte o humanidades), y se mantienen
apegados a hábitos que no afectan a las nuevas generaciones que desde su
nacimiento viven en medio de televisores, pantallas, ordenadores y
teléfonos celulares.
La escuela, y por lo tanto los trabajadores
docentes, se encuentran enfrentados a dos velocidades y temporalidades
completamente diferentes: una de transmisión oral, lenta, pausada, llena
de vida, que se expresa en lo cotidiano y lo local, que es
profundamente subjetiva; otra vertiginosa, veloz, instantánea,
tecnológica, cuyo imperativo es la productividad medida en dinero. Ante
estas dos temporalidades el asunto estriba en cómo construir otro tipo
de educación no mercantil que preserve el acerbo cultural de una nación.
Al mismo tiempo, cómo defender el trabajo docente como una actividad
digna, que forja y produce conocimiento, y debe contribuir a formar
seres humanos para la vida y no para reproducir el capital.
Renán Vega Cantor es historiador.
Profesor
titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia.
Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes),
Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4
volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo:
mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre
otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.