Ramón D. Rivas
Debo manifestar que con agrado he escuchado de voz del señor viceministro de Educación, doctor e ingeniero Eduardo Badía Serra, la explicación y justificación del Programa Social Educativo 2009-2014, con su lema: “Vamos a la Escuela”. En una apretada sala de un hotel capitalino, el pasado jueves 3 de diciembre, por iniciativa de Concertación Democrática Nacional, el funcionario del Ministerio de Educación, con lujo de detalles, se refirió también a los retos y desafíos de tan necesario y urgente plan. Se trata de un programa que, a juicio de él, “puede modificarse, siempre y cuando los argumentos sean buenos”.
El documento, de acuerdo con el viceministro, aún tiene que ser presentado al señor presidente de la República. Se trata de un relevante y pertinente programa, y por lo expresado por el funcionario, se regirá por la búsqueda de los buenos valores de nuestra sociedad y no por los que nos infunden los manuales extranjeros. La creatividad, la equidad y la visión positiva de futuro serán claves en su desarrollo.
Eso es bueno, pues, nuestra sociedad, desde hace muchas décadas, está necesitada de una verdadera educación. El programa presentado es interesante, y a la vez me ha ayudado a hacer una reflexión retrospectiva de la enseñanza en nuestro país, que hemos visto y experimentamos y que, por los resultados, hasta el día de hoy, no es nada halagadora. Con gusto comparto con ustedes, lectores, mis observaciones de una enseñanza, a mi juicio, llena de optimismos infundados, una enseñanza atrasada y no acorde a las exigencias de nuestra sociedad y a la coyuntura mundial.
Es penoso, y típico de un país tercermundista, que en esta era de cambios y de grandes avances en el campo de la ciencia y la tecnología en todo el mundo, en este país determinados sectores de la sociedad demonizan la urgencia del cambio con argumentos desligados de la realidad, tratando, a como dé lugar, de fomentar una esquizofrenia colectiva en la sociedad, dando a entender que las nuevas propuestas educativas nos llevarán a una sociedad totalitaria, y así desvirtuar “los sagrados valores que esta sociedad ya tiene”.
¿Cuáles valores? —digo yo—. Si aquí lo que hoy impera es la cultura del ¡sálvese quien pueda!, o lo que es peor, la del primero yo, después yo y por ultimo yo; en una sociedad caracterizada por una doble moral. Los medios de comunicación en este país nos están tratando de llevar, como quiera que sea, a aquella situación de la época de la guerra fría, que se caracterizó por convulsiones sociales, políticas y culturales.
Todo esto sucede precisamente porque, hasta el día de hoy, son pocos los individuos y la sociedad de pensamiento crítico que les reclame, a los funcionarios públicos del pasado, sobre lo que han hecho con nuestro sistema de educación. El mismo Ing. Badía Serra, en su presentación, afirmaba que este país, año 2009, tiene una cifra de 700 mil analfabetas.
Esto es desastroso, bochornoso y a la vez doloroso para un país que se la lleva de ‘campeón’ en Centroamérica. La realidad que vemos y percibimos del “talentoso” sistema de enseñanza que hemos tenido nos esta llevando a confirmar que ha sido un fraude, y como ciudadanos tenemos la obligación de reclamar y exigirle a los que nos han mentido con cifras y con supuestos éxitos.
Urge apuntarle a una educación que forme en todas las escalas del sistema educativo, pero en el marco de una enseñanza que verdaderamente eduque y con una visión prospectiva de país, que infunda conocimiento sobre la historia y realidad nacional, que infunda autoestima. Una educación que forme niños con visión de futuro, pero para beneficio de la nación y no de esa educación que existe hoy en día que enseña, en forma directa e indirecta a los niños, que hay que prepararse para funcionar mejor en la maquila o en el extranjero.
Si la educación fuera un éxito —como dicen— las universidades no tuvieran el gran problema con tantos estudiantes que les cuesta leer y escribir correctamente, pero también con esos estudiantes “analfabetas”, en el sentido de que no pueden dar una opinión sobre determinados aspectos de la sociedad, ni mucho menos de sí mismos.
Las universidades, en cualquier país del mundo, son para formar científicos en áreas del conocimiento, ofreciendo oportunidades a los futuros profesionales que desde temprana edad —en la educación primaria y media— han demostrado interés y destrezas. Definitivamente, las universidades no son instituciones para seguir enseñando a leer y escribir. Y si es así, eso es bochornoso.
Es inconcebible que las universidades sigan enseñando inglés e informática como materias comunes, cuando eso ya debería de haberse superado en la educación básica. Eso solo aquí sucede. Soy de la opinión de que, en este país, desde la primaria los planes y programas de estudio debería ser sometidos a un profundo proceso de actualización, en donde el currículo favorezca el combinar la teoría con la práctica y se procure un proceso multidisciplinario en el análisis de los problemas.
El concepto de formación no puede perder de vista que debe fortalecer su papel de conciencia crítica de la nación, y que, por tanto, continuará siendo el mejor lugar para la libre expresión de las ideas y para el debate de los temas políticos y sociales, pero sin olvidar que su función principal es la de crear y generar conocimiento científico. El país ya no necesita de gente sumisa, necesita de gente pensante y crítica; pero siempre en el marco del sistema de derecho que rige a la sociedad democrática. La educación de este siglo tiene que ser diferente.
Este país urge de una educación —en todos los niveles— comprometida con los sectores sociales y debidamente vinculada con los sectores productivos y empresariales. Las universidades tienen que ser instituciones de educación superior que orienten a la comunidad, que promuevan la participación, que propongan alternativas, y en donde se forjen las grandes decisiones nacionales.
Las universidades deben ser el espacio en donde se marche en la búsqueda de la verdad, en donde se defiendan y fomenten los derechos humanos, la democracia, la justicia social y la tolerancia, y en donde se edifique una cultura de paz. Pero ¿qué puedo esperar yo cuando en la educación primaria y básica los estudiantes no han recibido la formación correcta? Y eso es lo que pasa en nuestro país; simplemente se ha perdido el tiempo, y por eso es que estamos como estamos.
El grueso de la juventud crece y mira hacia adelante a la deriva y se marcha de este país que no le ofrece nada. ¿De qué me sirve a mí, como ciudadano, invertir mis impuestos en un sistema de educación que en vez de infundir un sentimiento de identidad para construir nación solo motiva a los jóvenes para crecer e irse del país? Hoy en día, se habla mucho de que hay que educarnos para el futuro.
Yo me pregunto: ¿Y si todos nos educamos pensando sólo en el futuro, qué valor le damos al presente? De una cosa sí estoy seguro, y eso es de que la educación nacional en nuestro país, en todos sus niveles, merece estar en el centro de las políticas del nuevo Gobierno, y que merece un debate genuino, ya que es un tema de enorme relevancia y que, sin lugar a duda, es parte clave para el presente y futuro del nacional.
Es importante hacernos las preguntas: ¿Qué se ha enseñado? ¿Qué se está enseñando? Es importante también saber y preguntarnos ¿cómo se enseña?, y también ¿con qué fines se han establecido los programas de enseñanza en este país?.
Creo que hoy es el momento de ya no otorgar más recursos, sino de pedir la rendición de cuentas sobre lo invertido y lo obtenido en la educación superior; es el momento de recordar que todos los universitarios son salvadoreños y que los fondos disponibles deben ser para los más capaces y para que estos elijan su centro de estudios de conformidad con el prestigio ganado. Indiscutiblemente que “el gobierno del cambio” tiene la obligación de transformar lo que no sirve en algo bueno para el individuo, para la sociedad y, por ende, para la nación.
El viceministro, Ing. Badía Serra, tiene toda la razón; y es que en este país la educación necesita cambios. Pero no hay que olvidar que es toda una cultura la que hay que cambiar y precisamente por ello los cambios se deben dar paso a paso, y son necesarios e impostergables si es que verdaderamente se quiere trabajar para sacar al país adelante, para hacer este país vivible.
Tenemos que cuestionarnos, pero de forma sincera y sin sentimientos de compadrazgo, si lo que se ha enseñado sirve y bajo qué parámetros; si lo que se quiere enseñar o, es más, lo que se está enseñando, es bueno, es lo que sirve al individuo y, por ende, lo que beneficia a la sociedad.
Es necesario estar abiertos todos: los que enseñan, los que aprenden y la sociedad en general, a un debate con amplitud, tratando de brindarle a la educación la complejidad y la delicadeza que esta tiene y necesita, para no enfrascarnos en una especie de reduccionismo, y solamente vincular el debate a sabiendas de que ‘ya sé lo que quiero que se enseñe’ o ‘que esto es bueno porque es lo que el maestro sabe’, o peor aún, porque ‘es lo que dice el manual’.
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