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jueves, 24 de febrero de 2011

Democracia, representación y participación



DAGOBERTO GUTIERREZ

21 de Febrero de 2011 21:38

La palabra democracia parece haber nacido en Atenas a más de 400 años antes de Cristo. En una obra de teatro de Esquilo, llamada “Las Suplicantes”, la población (demos) de Argos decide concederle asilo (kratos: la potestad de decidir) a Las Danaides, quienes habían asesinado a sus maridos en la noche de nupcias. Por primera vez, los dos vocablos: demos y kratos aparecen unidos, y a fines del siglo V antes de Cristo, la palabra democracia definía al régimen político ateniense.

En realidad, esta democracia ateniense no fue tan democrática, porque en las asambleas donde el pueblo se reunía para tomar decisiones no tenían derecho a participar las mujeres, ni los que no habían pagado impuestos, ni los que no eran propietarios, ni los que no eran oradores. Y aún mas, las decisiones de esta asamblea pasaban a otro nivel de decisión más reducido, integrado por los más poderosos que eran menos en número, y después apareció otro nivel más poderoso y aun más reducido, donde mandaba un personaje llamado estratega.

Como se puede ver, la democracia está relacionada con un régimen político y se corresponde con un Estado, es decir, que es un atributo de un Estado, y todos los Estados son, por eso, al mismo tiempo, democracias y dictaduras. Hay que tomar en cuenta que hay dictadura en una sociedad cuando una parte de ésta impone a la otra sus intereses, con independencia de los medios usados para ello. Y hay democracia cuando un régimen político establece la supremacía de la mayoría sobre la minoría.

Así las cosas, resulta necesario que el ser humano se pregunte: democracia para quién? Y dictadura para quién? Porque resulta que una democracia nunca es para todos/as y lo mismo puede decirse de una dictadura que nunca es para todos/as. Por eso, cuando en una sociedad como la salvadoreña, hay democracia para una minoría, ésta resulta ser dictadura para la mayoría, y cuando hay democracia para la mayoría, ésta minoría califica de dictadura a esta democracia.

Este entramado no resulta perceptible a simple vista porque hemos aprendido a pensar bajo el dictado de la separación de la realidad en partes, sin descubrir los nexos y misteriosos hilos que unen a las partes con el todo y vinculan a las partes entre sí y al todo con sus partes.

Vistas las cosas de esta manera, es decir, en sus relaciones íntimas, resulta que yo no puedo separar la vida de la muerte, el principio del fin, el mal del bien, y no puedo afirmar, como suele ocurrir, que “o es una cosa o es otra”, porque en la realidad, precisamente en la realidad, las cosas pueden ser una y otra cosa. Así por ejemplo, un banquero que tiene poder económico hace política mucho más que un diputado, por mucho que a este diputado se le diga, o el mismo piense, que forma parte de una “clase política”.

La relación entre democracia y dictadura resulta imprescindible para aproximarnos a la comprensión de los regímenes políticos y también para explicarnos lo que se conoce con el nombre de democracia representativa, término con el que se suele calificar a la democracia correspondiente a un gobierno. Así, la Constitución del país dice: “el gobierno es republicano, democrático y representativo”. Podemos entender de este texto que corresponde al Artículo 85, que la democracia del país es representativa pero también que el gobierno lo es. Ocurre que en ninguna parte de la Constitución aparece la mas mínima mención o referencia accidental a forma alguna de participación del pueblo, excepto en los confines del Artículo 89.

Pero fuera de este accidente, la referencia al pueblo en este tema concede el poder de representar los intereses del pueblo a unos duendes multicolores, de cachuchas luminosas, de rostros de barro, llamados representantes. Y la Constitución corta todo vínculo entre el pueblo representado, que vota en cada elección, y los representantes que salen de cada votación. De modo que no existe, en el régimen político del país, ningún momento, ningún lugar y ninguna manera de ubicar ningún puente que conecte a los representados con los representantes. Todo está dispuesto para que estos representantes actúen con independencia total de aquellos y aquellas que al votar por ellos los hicieron funcionarios, pero no los hicieron sus representantes.

Aquí encontramos una diferenciación determinante porque, ciertamente, y fuera del mundo formal del derecho, adentro del mundo real de lo social, los candidatos electos, aquellos por los que ha votado mayoritariamente el votante, se convierten en funcionarios, y si en la campaña electoral representaron a determinados partidos políticos, una vez convertidos en funcionarios, no representan a sus votantes, sencillamente porque estos votantes carecen de toda posibilidad de relación efectiva con los candidatos de su preferencia. Resulta ser que estos funcionarios representan, a la vista de todo mundo, en la comprensión de toda la sociedad, con el conocimiento del órgano de gobierno en que actúan, a los mismos partidos políticos que los hicieron candidatos y no a los votantes que los hicieron funcionarios al votar por ellos.

Pese a esta realidad abrumadora, que no deja lugar a dudas sobre a quién representan estos representantes en el mundo formal, que en este caso parece imponerse al mundo real, los así llamados representantes representan “al pueblo entero”, aunque a la vista de todos son los agrupamientos partidarios los que deciden; pero eso sí, decidan lo que decidan lo hacen en nombre del pueblo.

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