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lunes, 24 de mayo de 2010
Una calle llamada Venezuela
Lunes, 24 de Mayo de 2010 / 09:04 h
Dagoberto Gutiérrez
Es como una culebra que nace en un nido de ruido, de humo, de sol y de gente apresurada, llamado Bulevar del Ejército. Allí nace, tímidamente, como cubriéndose los oídos para luego deslizarse, en fuga y en carrera plateada, hasta encontrarse mucho tiempo después con la avenida Manuel Enrique Araujo, a la entrada o a la salida de San Salvador. Es una de las calles que caracteriza a la capital porque atraviesa en su apresurada ruta, zonas populares y populosas, dialoga con cementerios, se llena de compradores y vendedores, tiembla ante el fervor de las parejas de enamorados y, antes y durante la guerra, presenció con sus ojos abiertos, asesinatos políticos, y recibió en sus brazos de plata, más de un cadáver de muchos patriotas asesinados por las derechas.
También resonaron en sus oídos telúricos enfrentamientos armados, seguidos de persecuciones o fugas y, más de una vez, un cuchillo asesino cegó la vida de una víctima inocente. La calle Venezuela tiene, desde la mitad del siglo pasado, un lugar en la memoria urbana de los capitalinos, y seguirá allí aunque la palabra Venezuela no sea hoy del agrado de las derechas.
En la década del 60 del siglo pasado, cuando los estudiantes de bachillerato de Santa Ana veníamos a San Salvador a examinarnos los privados para obtener el título de bachiller, conocimos el Bulevar Venezuela, porque éste pasa, como quien no quiere la cosa, por la terminal de buses de occidente, y era una de las entradas a la capital.
La alcaldía de San Salvador ha decidido cambiarle el nombre a esta arteria y sin duda que esta decisión política es parte de las funciones y atribuciones del Concejo Municipal, porque poner un nombre y cambiar un nombre es parte del ejercicio del poder, y así, los padres le ponen nombre a sus hijos y éstos a los suyos. El Estado, y en este caso el gobierno local, puede poner y cambiar los nombres. Por supuesto que estaremos ante decisiones políticas que expresan una identificación o un rechazo con el nombre, que puede ser una fecha histórica, el nombre de un personaje o, como en este caso, el nombre de un país.
El país llamado Venezuela tiene grandes resonancias en El Salvador por ser la patria de Simón Bolívar, grande entre los grandes del continente, la patria de Andrés Bello, de Rómulo Gallegos, la patria de Maneiro, la casa del río Orinoco y del Arauca, la Zona de las torres petroleras, la patria de valientes guerrilleros que cayeron combatiendo por nuestra revolución, durante la guerra de 20 años, y es, actualmente, la sede de una de las revoluciones más importantes de la contemporaneidad. Es la patria de Hugo Chávez, dirigente de esa revolución.
Estoy diciendo que un país llamado Venezuela resulta ser, en efecto, un país y mucho más que un país, es fuente de amores, de encuentro, identificaciones y también de odios irreconciliables.
Frente a Simón Bolívar, pareciera haber unanimidades, pero solo es un parecer, porque al acercarse a su anti imperialismo, las aguas se bifurcan. Frente a la Revolución Bolivariana, hija legítima de Bolívar, las aguas nacen bifurcadas, como debe ser ante una revolución de verdad. Así, los odios y temores cubren todo el diapasón de las conductas sociales, ideológicas y políticas, porque nadie, ni hoy ni mañana, podrá ignorar el peso político de la revolución Bolivariana de Venezuela y tampoco se podrá ignorar el peso personal de Hugo Chávez en ese proceso.
Quitar la palabra Venezuela de una arteria principal de San Salvador es parte del enfrentamiento con la Revolución Venezolana y, desde luego, con todo un país llamado Venezuela, porque es ese país el que está hoy en revolución y esa revolución se desarrolla en un país que se llama Venezuela. El solo nombre de Venezuela produce escalofríos a los poderosos y a los privilegiados de siempre y, a lo mejor, se piensa que cambiándole el nombre a una calle que se llama así, se conjurará el peligro de que el pueblo salvadoreño haga lo mismo que el pueblo Venezolano y tome en sus manos el diseño y la construcción de su destino.
Este cambio de denominación enseña que la confrontación es en todos los terrenos y es el escenario ideológico el fundamental, porque sin duda que el nuevo nombre corresponderá a un personaje con méritos innegables, sobre todo para la historia del Estado de Israel, pero la decisión y el momento de la decisión forman parte de las oleadas de escalofríos que los “malos ejemplos”, políticos, ideológicos y sociales de otros pueblos y de otros países, producen en las derechas locales, y sobre todo, ante la pesadilla para las derechas, de que el pueblo salvadoreño siga los caminos abiertos por otras revoluciones del continente.
En todo caso, quitar la palabra Venezuela del nombre de una calle importante hace que este país esté más presente en El Salvador, porque si su revolución no gusta a la minoría, sí interesa y gusta a las mayorías. Los ataques a la revolución bolivariana aumentan el interés sobre este proceso porque si las derechas locales odian, temen, atacan y persiguen hasta el nombre de un país en revolución, eso quiere decir que lo que está ocurriendo en ese país hay que conocerlo, hay que aprenderlo, hay que aprehenderlo, para asimilar las lecciones necesarias e inevitables.
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