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domingo, 9 de mayo de 2010
Historia de la libertad
Lunes, 03 de Mayo de 2010 / 09:37 h
Dagoberto Gutiérrez
Para empezar, la libertad es una palabra llena de provocación y de encanto, de sueños y de realidades, de seguridades e inseguridades totales, pero que ha cautivado, y lo sigue haciendo, la imaginación y la conciencia de la humanidad.
Somos los animales que soñamos con ser libres porque no nos sentimos esclavos y, desde luego, no aceptamos ser cosas, aunque nos sabemos constituidos por cosas. Seguimos entendiendo que los esclavos no eran libres porque eran cosas y no que eran cosas por no ser libres; hasta llegamos a pensar que las aves son libres cuando las vemos volar en el espacio inmenso.
Casi siempre pensamos que somos libres cuando podemos hacer lo que queremos, o soñar lo que queremos, o también cuando podemos optar o decidirnos por determinados caminos o por simples cosas, como el color de una camisa o el estilo de un par de zapatos y, sin embargo, no es muy frecuente que nos preguntemos ni de qué somos libres, ni para qué somos libres, ni desde cuándo lo somos, ni por qué lo somos. Todas estas resultan ser preguntas perturbadoras que ponen bajo la lupa dimensiones no tan conocidas o entendidas de esta perfumada palabra.
Bástenos con pensar en el papel determinante que nuestro cerebro tiene en nuestra conducta y en el inmenso peso que tiene en todo lo que hacemos, nuestro universo químico que determina, incluso, las atracciones entre las personas y los estímulos sexuales, y al mismo tiempo, al pensar en ese control cerebral, uno puede entender la escasa o nula espontaneidad de nuestros actos de conducta o de simples movimientos físicos como un pispileo o el movimiento de un brazo, ya que ambos resultan determinados por el todopoderoso cerebro.
El horizonte se tensa más cuando pensamos que las Constituciones, y los derechos ahí contenidos, fueron cincelados en la revolución francesa por los revolucionarios burgueses y son, por eso mismo, Constituciones y derechos burgueses y, puestas así las cosas, conviene preguntarnos por qué los burgueses necesitaban que los ciudadanos y ciudadanas fueran libres cuando estos burgueses estaban cortándoles la cabeza a los reyes para sustituirlos como clase dominante. Aquí estamos ya en un terreno histórico donde podemos encontrar respuestas.
Los nuevos dominantes eran dueños del control económico, pero ahora capturaban el poder político, es decir, al Estado, y necesitaban destruir al feudalismo y, al mismo tiempo, obtener la mano de obra necesaria para sus nuevas empresas. Estos trabajadores eran los ciervos de la gleba que solo trabajaban para su señor feudal y no podían vender su fuerza de trabajo a ningún otro patrón. Pues bien, al ser declarados libres y, aun mas, ciudadanos libres, se les estaba diciendo que en efecto eran libres de vender su fuerza de trabajo a quien ellos quisieran y en las condiciones que ellos también quisieran. Como podemos ver, la libertad burguesa consiste en vender la fuerza de trabajo de cada ser humano.
En el momento de la revolución francesa, se trataba de conducir a los siervos, liberados del feudo, a las fábricas de los burgueses, en donde dejarían de ser campesinos para convertirse en obreros. Al mismo tiempo, se levanta el contrato como un fundamento de la vida jurídica y se supone que el dueño de la mercancía –fuerza de trabajo- tiene condiciones para negociar la venta de su mercancía ante su patrón.
Esta es, en esencia, la libertad burguesa a la que los seres humanos tenemos acceso y la que está contenida en la Constitución. En ese universo “libre”, todos somos vendedores y todos actuamos en el mercado de la fuerza de trabajo, pero en la medida en que aumenta la oferta de mano de obra, se ha perdido totalmente la posibilidad de negociar las condiciones en que se vende esa mercancía y es el patrón, o el empleador, o la empresa, la que establece, dictatorialmente, las condiciones en que ese vendedor ha de vender su mercancía para seguir siendo libre.
Por otro lado, el derecho a la libertad colisiona con el derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción, y en esa colisión, se impone la jerarquía de derechos, y es el segundo de los derechos, el de mayor jerarquía y el que impone las reglas y las condiciones para que el libre no lo sea tanto como para amenazar o perturbar el libre ejercicio del derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción.
Cuando un empresario y un político de derechas, sobre todo un liberal, hablan de libertad, no se están refiriendo a la libertad del ser humano, como acceso a un desarrollo integral, sino a la libertad de empresa y de mercado y, desde luego, a la libertad y supremacía del mercado sobre el Estado.
En ningún caso, están pensando en la libertad de los trabajadores a sindicalizarse o en la libertad de participar en las ganancias de la empresa, o en la de tener salarios dignos, y mucho menos en la libertad política para optar por un régimen político diferente. Piensan en su libertad de mercado y de ganancia, conscientes de que para gozar de esa libertad de minorías, la mayoría no debe ser libre.
Como vemos, esta palabra preciosa huele a sangre, lágrimas y sudor, y no vale lo mismo para una parte de la sociedad que para la otra, y tampoco significa lo mismo para todos.
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