Los profesores tienen más limitaciones para enseñarle a los alumnos dentro y fuera de las aulas
La violenta realidad de las aulas
El clima de inseguridad que se vive en algunas escuelas del país mantiene diezmado al sistema educativo. El ingreso de pandillas a los centros aleja la ansiada calidad que se busca en el aprendizaje.
Sábado, 19 de Mayo de 2012
Alcanzar la calidad educativa se ha convertido en una utopía, al
menos en El Salvador. En las últimas décadas, se han elaborado y
difundido varios planes nacionales de educación. Pero la enseñanza en
las aulas no ha mejorado y los testimonios de educadores y especialistas
en la materia confirman que la violencia generada por las maras vino a
darle el tiro de gracia y a demandar más acciones para "revivirla".
Según la línea educativa mundial y local, los profesores de centros de enseñanza pública y privada tienen que fungir como "mediadores educativos". De allí que ellos tendrían que haber pasado de ser transmisores del conocimiento a guías, para que los alumnos tomen un rol activo en la adquisición de conocimientos a través de investigar y debatir los contenidos a partir de la realidad.
Felipe Rivas, experto en temas educativos y miembro de la Fundación Innovaciones Educativas (Fieca), advierte que ese cambio no se ha logrado, en gran medida, por la débil formación que tienen los educadores y, en las zonas donde hay pandillas, por la presión que de una u otra forma estas generan sobre los profesores y los estudiantes.
Bajo la óptica de "mediación educativa", los alumnos, dentro y fuera del aula, tendrían que trabajar en grupos para generar lo que llaman "diálogo de saberes" entre ellos y el docente. Pero no es así. Según lo explica el profesor Manuel Molina, director del Centro Escolar Cantón San Francisco, de Cuscatlán, eso es difícil de cumplir porque las pandillas limitan "demasiado" el trabajo.
Aunque hoy esos grupos se empeñan en mostrar una actitud flexible, no hay nada que indique que el trabajo en las escuelas no seguirá coartado por la influencia que tienen en la comunidad. La relación docente - estudiante y padres de familia está quebrantada.
"Ha cambiado mucha nuestra actitud hacia los estudiantes. Hay reserva para hablarles", expone el profesor Manuel Molina, en alusión al temor que los educadores tienen hacia alumnos y familiares vinculados con estos grupos violentos.
Por no correr riesgos, los educadores ya no organizan visitas con los estudiantes hacia otras instituciones, para realizar intercambios de experiencias con sus similares. Tampoco promueven viajes que les permitan tener contacto con la naturaleza o sitios culturales representativos del país, donde predominan pandillas contrarias a las que están donde ellos residen y laboran.
Ernesto García, quien fue docente en un centro escolar de Panchimalco donde hubo conflicto por amenazas de pandillas, explica que en muchos casos los padres se oponen directamente a los viajes hacia museos, aunque se explique que estos ayudarán al desarrollo pleno de los contenidos del programa de estudios y se ofrezcan condiciones de seguridad.
"Los niños de los cantones donde hay violencia claramente están confinados a las cuatro paredes del aula", aseveró García. Una situación que empeora cuando los miembros de las pandillas ingresan a los centros educativos a cualquier hora, seguros de que nadie les dirá nada, sobre todo cuando los centros no cuentan con muros perimetrales que les brinden, hasta cierto punto, "seguridad".
Felipe Rivas comenta que hay casos donde los educadores son obligados a promover a estudiantes que son miembros de pandillas, con lo cual se genera el fenómeno de "promoción automática" que no beneficia ni al estudiante ni a la calidad educativa en general. "(Los docentes) no están evaluando adecuadamente por temor", opina.
Frente a esto, el profesor García lamenta que el Ministerio de Educación (Mined) no les brinde orientaciones pedagógicas especiales a todos los profesores del país, para poder mejorar la enseñanza en medio de situaciones como éstas y ante un fenómeno que no está circunscrito a una región.
Si acaso algunos educadores han tenido oportunidad de conocer nuevas metodologías para enfrentar este tipo de situaciones, lo han hecho gracias al apoyo de organizaciones no gubernamentales que desarrollan programas contra la violencia en algunas escuelas, que según los datos oficiales están en zonas de vulnerabilidad por el accionar de maras.
Bajo las mismas circunstancias, los profesores se ven complicados para que los alumnos de cualquier nivel educativo desarrollen trabajos en grupo, conociendo que entre ellos hay uno que está vinculado con pandillas y trata de ejercer presión sobre los otros.
¿Cómo lograr que trabaje sin que haya roces y termine sentenciando a más de un compañero? ¿cómo lograr que otros estudiantes quieran trabajar con él? o ¿ cómo lograr convencer a los padres de que no se opongan a esta dinámica porque es una forma de aprender?
La enseñanza se ve entorpecida, sobre todo en la zona rural, no sólo por el hecho de que no hay bibliotecas ni sitios que provean servicio de internet para investigar, sino que tampoco pueden viajar hacia otros lugares en busca de información para realizar sus tareas ex aula.
La situación es más crítica porque muchos centros no cuentan con Centros de Recursos de Aprendizaje equipados con suficientes computadoras y acceso a internet.
Daniel, otro docente que ha tenido que migrar de una a otra escuela bajo situación de amenazas, manifiesta que al final los estudiantes terminan desarrollando temas de forma individual y no se les puede ejercer presión para que mejoren pues deben evitar problemas con las familias o los miembros de las pandillas.
La sombra de estos grupos es tal que los educadores de algunas instituciones educativas han llegado al punto de ponerse de acuerdo para no abordar con mucha profundidad, ya sea en el aula o en las Escuelas de Padres, algunos temas que están dentro de la agenda educativa, todo por no herir susceptibilidades y no granjearse enemistades. Un ejemplo el tema de cómo prevenir conflictos, el respeto a los demás, la disciplina.
Mientras los educadores están dominados por el temor, Rivas también cuestionan el hecho de que no hay creatividad docente en cuanto a buscar alternativas para enseñar en estos contextos violentos. Esa falta de creatividad para solventar este tipo de situaciones estaría dado por una baja formación y actualización docente.
No obstante, también hay que tomar en cuenta que los directores y educadores están en una especie de shock y extremadamente estresados con la carga que representa el tema de los paquetes escolares, que no pueden pensar claramente sobre nuevas estrategias pedagógicas que les permitan asegurar que haya buen aprendizaje y por tanto un buen rendimiento en las pruebas estandarizadas como la Paesita y la Paes.
El también especialista en Educación Óscar Picardo dice que realmente las condiciones de seguridad en muchas escuelas, como las que están ubicadas en Soyapango, son demasiado limitadas y en esas circunstancias no es de extrañar que los profesores terminen promoviendo a estudiantes con bajo rendimiento académico.
"El entorno que lo presiona y luego el temor de los padres de familia son variables que están modificando el quehacer didáctico y pedagógico de los docentes bajo lineamientos de no complicarse la vida por seguridad", expone.
Picardo también alude al hecho de que bajo estas condiciones en las escuelas se produce una rotación constante de maestros que también va en detrimento de la calidad de la educación, sobretodo considerando que Educación tarda mucho en nombrar a los sustitutos.
No sólo es el hecho de que los niños pasen muchos días sin recibir clases, sino que también tardará otro tiempo para que se adapten a la forma de trabajo del nuevo profesor y otro tiempo para que éste identifique las necesidades educativas de cada alumno.
Javier Hernández, presidente de la Asociación de Colegios Privados (Acpes), afirma que los tropiezos en la enseñanza debido al problema de la violencia trasciende los centros públicos.
Argumenta que en el sector privado la aplicación de la disciplina en el aula también se ha visto modificada, pero el también atribuye que eso se debe a que las leyes que han ido surgiendo le han quitado al maestro la autoridad que por mucho tiempo se consideró positiva para modificar conductas desfavorables, sobretodo durante la adolescencia.
"Hoy tiene un marco legal que les da a los niños entre comillas derechos, pero le ha quitado a padres y docentes la autoridad que antes tenían", enfatiza Hernández quien también se desempeña como profesor en el sistema educativo público.
Al hablar sobre el deterioro educativo expresa que en el sector público lo que más complica a los directores y maestros es la imposibilidad que tienen de filtrar matrícula, pues hacerlo implica una transgresión de la misma Constitución de la República, la legislación docente, la legislación de la niñez y adolescencia y los convenios internacionales.
Aunque él no profundizó al respecto, se conoce que las instituciones educativas privadas suelen ejercer ese proceso de filtro amparadas en su misma naturaleza. Situación que para muchos también es cuestionable porque no está exenta de que se cometan abusos.
El profesor Hernández, al igual que otros, es de la idea que debería existir escuelas especiales donde se atienda a estudiantes con problemas de conducta, sin que necesariamente sean delincuentes.
"Hay casos de docentes que hasta han perdido la vida por tratar de cambiar conductas", dice el educador, quien no dejó pasar otro problema a consecuencia de las pandillas: en general el interés de los educandos por superarse ha bajado en este contexto tan difícil.
Según Hernández, entre los escolares "hay desgano y se llega a convertir en depresión, que lleva a los alumnos en la edad de la adolescencia a un fatalismo que se traduce en no sentirse contento, crece el ausentismo, la deserción, sobretodo cuando piensan que hay mucha persona que ha estudiado y no han demostrado ser mejor que los que no lo han hecho".
Según la línea educativa mundial y local, los profesores de centros de enseñanza pública y privada tienen que fungir como "mediadores educativos". De allí que ellos tendrían que haber pasado de ser transmisores del conocimiento a guías, para que los alumnos tomen un rol activo en la adquisición de conocimientos a través de investigar y debatir los contenidos a partir de la realidad.
Felipe Rivas, experto en temas educativos y miembro de la Fundación Innovaciones Educativas (Fieca), advierte que ese cambio no se ha logrado, en gran medida, por la débil formación que tienen los educadores y, en las zonas donde hay pandillas, por la presión que de una u otra forma estas generan sobre los profesores y los estudiantes.
Bajo la óptica de "mediación educativa", los alumnos, dentro y fuera del aula, tendrían que trabajar en grupos para generar lo que llaman "diálogo de saberes" entre ellos y el docente. Pero no es así. Según lo explica el profesor Manuel Molina, director del Centro Escolar Cantón San Francisco, de Cuscatlán, eso es difícil de cumplir porque las pandillas limitan "demasiado" el trabajo.
Aunque hoy esos grupos se empeñan en mostrar una actitud flexible, no hay nada que indique que el trabajo en las escuelas no seguirá coartado por la influencia que tienen en la comunidad. La relación docente - estudiante y padres de familia está quebrantada.
"Ha cambiado mucha nuestra actitud hacia los estudiantes. Hay reserva para hablarles", expone el profesor Manuel Molina, en alusión al temor que los educadores tienen hacia alumnos y familiares vinculados con estos grupos violentos.
Por no correr riesgos, los educadores ya no organizan visitas con los estudiantes hacia otras instituciones, para realizar intercambios de experiencias con sus similares. Tampoco promueven viajes que les permitan tener contacto con la naturaleza o sitios culturales representativos del país, donde predominan pandillas contrarias a las que están donde ellos residen y laboran.
Ernesto García, quien fue docente en un centro escolar de Panchimalco donde hubo conflicto por amenazas de pandillas, explica que en muchos casos los padres se oponen directamente a los viajes hacia museos, aunque se explique que estos ayudarán al desarrollo pleno de los contenidos del programa de estudios y se ofrezcan condiciones de seguridad.
"Los niños de los cantones donde hay violencia claramente están confinados a las cuatro paredes del aula", aseveró García. Una situación que empeora cuando los miembros de las pandillas ingresan a los centros educativos a cualquier hora, seguros de que nadie les dirá nada, sobre todo cuando los centros no cuentan con muros perimetrales que les brinden, hasta cierto punto, "seguridad".
Felipe Rivas comenta que hay casos donde los educadores son obligados a promover a estudiantes que son miembros de pandillas, con lo cual se genera el fenómeno de "promoción automática" que no beneficia ni al estudiante ni a la calidad educativa en general. "(Los docentes) no están evaluando adecuadamente por temor", opina.
Frente a esto, el profesor García lamenta que el Ministerio de Educación (Mined) no les brinde orientaciones pedagógicas especiales a todos los profesores del país, para poder mejorar la enseñanza en medio de situaciones como éstas y ante un fenómeno que no está circunscrito a una región.
Si acaso algunos educadores han tenido oportunidad de conocer nuevas metodologías para enfrentar este tipo de situaciones, lo han hecho gracias al apoyo de organizaciones no gubernamentales que desarrollan programas contra la violencia en algunas escuelas, que según los datos oficiales están en zonas de vulnerabilidad por el accionar de maras.
Bajo las mismas circunstancias, los profesores se ven complicados para que los alumnos de cualquier nivel educativo desarrollen trabajos en grupo, conociendo que entre ellos hay uno que está vinculado con pandillas y trata de ejercer presión sobre los otros.
¿Cómo lograr que trabaje sin que haya roces y termine sentenciando a más de un compañero? ¿cómo lograr que otros estudiantes quieran trabajar con él? o ¿ cómo lograr convencer a los padres de que no se opongan a esta dinámica porque es una forma de aprender?
La enseñanza se ve entorpecida, sobre todo en la zona rural, no sólo por el hecho de que no hay bibliotecas ni sitios que provean servicio de internet para investigar, sino que tampoco pueden viajar hacia otros lugares en busca de información para realizar sus tareas ex aula.
La situación es más crítica porque muchos centros no cuentan con Centros de Recursos de Aprendizaje equipados con suficientes computadoras y acceso a internet.
Daniel, otro docente que ha tenido que migrar de una a otra escuela bajo situación de amenazas, manifiesta que al final los estudiantes terminan desarrollando temas de forma individual y no se les puede ejercer presión para que mejoren pues deben evitar problemas con las familias o los miembros de las pandillas.
La sombra de estos grupos es tal que los educadores de algunas instituciones educativas han llegado al punto de ponerse de acuerdo para no abordar con mucha profundidad, ya sea en el aula o en las Escuelas de Padres, algunos temas que están dentro de la agenda educativa, todo por no herir susceptibilidades y no granjearse enemistades. Un ejemplo el tema de cómo prevenir conflictos, el respeto a los demás, la disciplina.
Mientras los educadores están dominados por el temor, Rivas también cuestionan el hecho de que no hay creatividad docente en cuanto a buscar alternativas para enseñar en estos contextos violentos. Esa falta de creatividad para solventar este tipo de situaciones estaría dado por una baja formación y actualización docente.
No obstante, también hay que tomar en cuenta que los directores y educadores están en una especie de shock y extremadamente estresados con la carga que representa el tema de los paquetes escolares, que no pueden pensar claramente sobre nuevas estrategias pedagógicas que les permitan asegurar que haya buen aprendizaje y por tanto un buen rendimiento en las pruebas estandarizadas como la Paesita y la Paes.
El también especialista en Educación Óscar Picardo dice que realmente las condiciones de seguridad en muchas escuelas, como las que están ubicadas en Soyapango, son demasiado limitadas y en esas circunstancias no es de extrañar que los profesores terminen promoviendo a estudiantes con bajo rendimiento académico.
"El entorno que lo presiona y luego el temor de los padres de familia son variables que están modificando el quehacer didáctico y pedagógico de los docentes bajo lineamientos de no complicarse la vida por seguridad", expone.
Picardo también alude al hecho de que bajo estas condiciones en las escuelas se produce una rotación constante de maestros que también va en detrimento de la calidad de la educación, sobretodo considerando que Educación tarda mucho en nombrar a los sustitutos.
No sólo es el hecho de que los niños pasen muchos días sin recibir clases, sino que también tardará otro tiempo para que se adapten a la forma de trabajo del nuevo profesor y otro tiempo para que éste identifique las necesidades educativas de cada alumno.
Javier Hernández, presidente de la Asociación de Colegios Privados (Acpes), afirma que los tropiezos en la enseñanza debido al problema de la violencia trasciende los centros públicos.
Argumenta que en el sector privado la aplicación de la disciplina en el aula también se ha visto modificada, pero el también atribuye que eso se debe a que las leyes que han ido surgiendo le han quitado al maestro la autoridad que por mucho tiempo se consideró positiva para modificar conductas desfavorables, sobretodo durante la adolescencia.
"Hoy tiene un marco legal que les da a los niños entre comillas derechos, pero le ha quitado a padres y docentes la autoridad que antes tenían", enfatiza Hernández quien también se desempeña como profesor en el sistema educativo público.
Al hablar sobre el deterioro educativo expresa que en el sector público lo que más complica a los directores y maestros es la imposibilidad que tienen de filtrar matrícula, pues hacerlo implica una transgresión de la misma Constitución de la República, la legislación docente, la legislación de la niñez y adolescencia y los convenios internacionales.
Aunque él no profundizó al respecto, se conoce que las instituciones educativas privadas suelen ejercer ese proceso de filtro amparadas en su misma naturaleza. Situación que para muchos también es cuestionable porque no está exenta de que se cometan abusos.
El profesor Hernández, al igual que otros, es de la idea que debería existir escuelas especiales donde se atienda a estudiantes con problemas de conducta, sin que necesariamente sean delincuentes.
"Hay casos de docentes que hasta han perdido la vida por tratar de cambiar conductas", dice el educador, quien no dejó pasar otro problema a consecuencia de las pandillas: en general el interés de los educandos por superarse ha bajado en este contexto tan difícil.
Según Hernández, entre los escolares "hay desgano y se llega a convertir en depresión, que lleva a los alumnos en la edad de la adolescencia a un fatalismo que se traduce en no sentirse contento, crece el ausentismo, la deserción, sobretodo cuando piensan que hay mucha persona que ha estudiado y no han demostrado ser mejor que los que no lo han hecho".