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sábado, 14 de noviembre de 2009
Noviembre de 1989, ofensiva militar
Dagoberto Gutiérrez
San Salvador era una ciudad intensa y tensa, los pájaros de las arboledas comentaban sobre la ofensiva y las hormigas, desde sus oscuros socavones, calculaban que el momento del estallido estaba cada vez más cerca porque, decían, las madrugadas eran muy oscuras.
El secreto público de la ofensiva guerrillera hacía que la conspiración fuera popular y, en distintas formas, lugares y horas se implementó, con el genio creador, una logística imprescindible.
El armamento circulaba por las calles, envuelto en papel de china, en regalos de cumpleaños, en pescados fritos y hasta en ataúdes sin cadáver, pero con explosivos. Un río popular llevaba hacia delante la mayor ofensiva militar de nuestra historia, la que culminaba 20 años de guerra popular.
El heroísmo, ingenio y sabiduría política que habían caracterizado la guerra también determinaba las características de la ofensiva: Un solo plan, una sola estrategia, diversas tácticas y diferentes visiones sobre el futuro inmediato y mediato, diferentes logísticas y estilos así como diferentes métodos. El FMLN siguió siendo durante la ofensiva, el acuerdo político que perduraba, pero en la medida en que la guerra finalizaban también se agotaba este acuerdo y era sustituido, paso a paso, por el desacuerdo. Se puede decir, por eso, que la ofensiva militar de noviembre de 1989 fue el último acuerdo trascendental que logramos alcanzar los diferentes del FMLN.
La ofensiva militar tiene un rostro político y otro militar, militarmente se concentró toda la energía y experiencia acumulada durante 20 años y por eso el enfrentamiento resultó desigual porque la guerra irregular tenía más experiencia, terreno social y fuerza ideológica que la guerra regular, esta al depender de los Estados Unidos y carecer de convicción política, no contó con la energía social del pueblo, pero sí con la esperanza oligárquica, la confianza imperial y la desconfianza del pueblo.
La desigualdad favoreció a la guerra irregular y aunque el ejército gubernamental no fuera derrotado, la ofensiva demostró que ese ejército no era capaz de lograr, a corto plazo, una victoria militar sobre el ejército guerrillero. Aquí se abrió la puerta para la derrota de la fuerza armada, al cambiar el contexto histórico que determinó, en 1932, que el ejército se convirtiera en la nueva clase gobernante del país, esta calidad que tanto daño hizo al ejército se perdió durante la ofensiva militar y a la luz de su desenlace, porque toda fuerza armada que no es capaz de impedir concentraciones militares, traslado de tropas y materiales y, finalmente, el cerco militar a la ciudad capital, que es un hecho sin precedente en América Latina, está escribiendo el fin de la historia, y de su historia como clase gobernante y esto ocurrió durante la ofensiva.
La reforma al artículo 211 de la Constitución, ratificó que en el Salvador había desaparecido la antigua clase dominante cafetalera y la antigua clase gobernante, la Fuerza Armada, ambos elementos abrieron la puerta para un nuevo régimen político en el país, y esto pasó por el cáliz encendido, de la ofensiva militar de 1989.
Esta ofensiva terminó, al mismo tiempo, con el diálogo dialogante y abrió la puerta, otra puerta, para la negociación, es decir, para un diálogo en el que se toman acuerdos que comprometen y cuyo cumplimiento se verifica. En ningún aspecto como este es más relevante la relación, íntimamente amorosa, que existe entre lo político y lo militar.
El contexto planetario de la ofensiva era desfavorable, porque se derrumbaba la Unión Soviética y Washington invadía Panamá y sacaba del pelo a su empleado, el General Noriega y, sin embargo, estando la ofensiva enraizada en las condiciones locales y nacionales no necesitó de un entorno favorable porque se nutrió de la coyuntura nacional que exigía un desenlace político militar para apurar una definición también político militar.
La ofensiva mostró la cresta de la confrontación histórica, que sigue sin resolver en el país, de ese punto más alto nació la concertación y el proceso de negociación, así llamado, llegó a producir los acuerdos políticos que pusieron fin a la guerra, pero dejaron en pie al conflicto, Acuerdos de Paz han sido llamados, pero en realidad se trata de una finalización político militar a la guerra de 20 años.
Todo lo que existe en El Salvador, como proceso con valor democratizador depende, en realidad, de la ofensiva militar de 1989. Pocas veces una ofensiva militar produce ofensivas políticas tan duraderas y prolongadas que aún resuenan en nuestro país como la ofensiva de noviembre de 1989.
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