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lunes, 11 de mayo de 2009

El movimiento popular en la coyuntura actual (Dagoberto Gutiérrez)

Todos sabemos que se vive un momento extraordinario, tanto por la profunda y extensa crisis de la vida como por la movilidad del poder político en la estructura de poder en el país. La derrota electoral de ARENA abrió para toda la sociedad tanto en su parte rica como en su parte pobre, en su parte oligárquica como en su parte popular, en su parte explotadora y en su parte explotada; las posibilidades de que el aparato de Estado y, sobre todo, el Poder Ejecutivo, funcione de manera favorable para los intereses de los más pobre, más débiles y más desprotegidos de la patria.

Lo anterior exige una relación diferente entre movimiento popular y gobierno, este nuevo vinculo se corresponde con el nuevo momento y expresa la necesidad recíproca de gobierno y pueblo de apoyarse y defenderse mutuamente ante la resistencia, oposición y confrontación de la derecha, la oligarquía y burguesía frente a los cambios político y estructurales que se deben hacer en el país.

Estando así las cosas, las organizaciones populares se enfrentan ante el mayor reto político imaginable porque se trata de asegurar la defensa de un gobierno y al mismo tiempo, de asegurar que este gobierno defienda los intereses del pueblo y de la gente, y que en esa medida, y solo en esa medida, se vuelva defendible por el pueblo, es decir, que la política de ese gobierno no favorezca a los sectores oligárquicos y por lo tanto sea confrontado por estos y defendidos por el pueblo.

En otras palabras, el movimiento popular ha de actuar como sujeto político y el gobierno ha de ser instrumento para la ejecución de las transformaciones necesarias.

Las transformaciones van más allá de los meros cambios anunciados, aunque siguen siendo cambios, pero se trata de construir un nuevo poder político que permita poner el aparato de estado al servicio del pueblo, se trata también de un nuevo ejercicio del poder político y esto tiene que ver con una forma diferente de gobernar, aquí se sitúa la necesidad de una democracia participativa que democratice a la democracia y que abra las puertas para que el pueblo participe, con su inteligencia, ánimo y poder, en el proceso de toma de decisiones gubernamentales.

Este es un proceso que significa la reforma política del Estado, pero vinculando la energía social desde abajo a los procedimientos legislativos desde arriba.

Estamos, por eso, ante la necesidad de asegurar la mayor cohesión de este movimiento pero siendo como es: multicolor, multiintereses y multisectorial, esta cohesión no puede significar en ningún momento ignorancia o irrespeto de las identidades de cada organización, porque se trata que cada fuerza siga siendo lo que es y, es más, se ha de reforzar ese sentido identitario pero aportando a la lucha por lograr los objetivos comunes del movimiento, es decir, que necesitamos construir una unidad dentro de la pluralidad, privilegiando el cemento político para fortalecer los objetivos políticos comunes.

La crisis social que saboreamos, es al mismo tiempo, crisis política del régimen, es decir, de los partidos políticos tradicionales, de izquierdas y derechas, de las instituciones, de los rumbos tradicionales y de las reglas con que se ha jugado hasta ahora el juego de la democracia como juego de los poderosos y del mercado como juego de los mercaderes. Estamos hablando de una especie de crisis general como el escenario anunciado. Este fenómeno configura la excepción histórica del planeta y del país.

La independencia del movimiento con respecto al gobierno tiene igual importancia que la independencia con respecto al partido de gobierno y por eso, el movimiento no debe institucionalizarse o, en todo caso, este no debe ser un objetivo fundamental del trabajo; no se trata entonces de buscar ser parte de la estructura gubernamental, sino de que ésta funcione de manera favorables a las intenciones e interese de los de abajo. El movimiento conoce, teórica y prácticamente, la temática gubernamental; pero se trata de incorporar estos contenidos en una política de crisis, la que no debe agotar ni la agenda del movimiento ni del gobierno.

En todo caso, desde abajo de la sociedad y desde adentro de la vida, el movimiento está aprendiendo rápidamente, sin tiempo que perder, a trabajar políticamente, desde abajo, como siempre y, desde arriba como gobierno. No esperemos ni uniformidad ni organizaciones únicas, ni colores únicos, sino programas comunes y fuerzas convergiendo, desde distintas direcciones, hacia un objetivo común: el poder político en manos del pueblo.

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